Catálogo de la exposición Josefina Junco - ESPEJO DE MIRADAS


CRÍTICAS Arquitectura del lienzo. Georgina Fernández (La Voz de Asturias ) Rincones metafísicos al óleo. Paché Merayo (El Comercio) Junco reinventa el paisaje urbano de Gijón en Espejo de miradas. J.C.Gea (La Nueva España) Josefina Junco. Aborda el paisaje urbano. J.A.Samaniego (La Nueva España) A FONDO. Pinturas recientes de Josefina Junco. Yo creo que uno mira los cuadros con la esperanza de descubrir un secreto. No un secreto sobre el arte, sino sobre la vida. John Berger. Hay aspectos en la obra pictórica de Josefina Junco que están muy relacionados con la fotografía. Años atrás la foto fue un recurso que aplicó a su trabajo, una fuente de inspiración que además, en muchos cuadros de su primera época era incorporada a la escena, no en forma de collage sino en representación pictórica. Las fotografías pintadas donde aparecía ella, su hermana o su madre explicaban el tema o añadían un comentario constituyéndose en una especie de "pieza de tránsito" entre el interior de una casa, por ejemplo, y la naturaleza. Esta influencia se mantiene en sus últimas obras, no como elemento representado, sino como reflexión filosófica en torno a la ausencia. Para sus temas de Gijón Josefina hace uso de la cámara digital, con todo lo que su facilidad en el uso y reproducción implica, pero su poética -la nostalgia con la que contempla la naturaleza, la ciudad y el tiempo transcurrido- , está próxima a lo que Barthes define en "La cámara lúcida" como la esencia de la fotografía. En este ensayo Barthes se interroga sobre el nexo entre la fotografía y la reacción experimentada por el sujeto ante ella ¿Qué es lo que en la fotografía produce un efecto específico sobre el observador, qué es lo propio de ella, cuál es su esencia? ¿Por qué determinadas imágenes fotográficas nos resultan fascinantes? ¿Cuál es el rasgo esencial que la diferencia de la comunidad de las imágenes? Para Barthes la fotografía adquiere su valor pleno con la desaparición total del referente, con la muerte de aquello que se fotografía. La imagen fotográfica muestra y demuestra que eso que está ahí ha sido, en ella permanece la esencia de lo fotografiado; en un detalle aparentemente secundario se nos abren todas las dimensiones del recuerdo. Observó que una foto puede ser objeto de tres prácticas: hacer, experimentar y mirar. El operador es el fotógrafo, el spectador el que pasa las hojas de un álbum y aquel o aquello que es fotografiado es el blanco, el referente o el spectrum, término derivado de espectáculo y que añade al sujeto que posa la cualidad terrible de lo muerto. Como espectador Barthes constató que entre muchas imágenes fotográficas reunidas en álbumes o revistas solo algunas provocaban en él un "jubilo contenido, como si remitiesen a un centro oculto". Como spectador solo le interesaba la fotografía como sentimiento y a ese despertar de la emoción o de la animación que solo algunas fotografías le producían, Barthes lo definió como el punctum. Al interés histórico, social o puramente testimonial que despertaba la contemplación de una imagen fotográfica, lo llamó studium. El studium en la obra de Josefina serían sus temas: la relación espacio-tiempo, el pueblo que la vio nacer, Arriondas como un nido cálido y protector, bailes y fiestas populares, procesiones; la madre, la casa, los amigos y familiares que han muerto, y como telón de fondo la ciudad y la naturaleza entendida esta última como un misterio, como una experiencia mística. El punctum es, y rescato definiciones sueltas de Barthes: un pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte y también casualidad. El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta, que también me lastima, me punza…es él quien sale de la escena como una flecha y viene a punzarme; es un detalle, una viva mutación de mi interés, una fulguración. Gracias a la marca de algo la foto deja de ser cualquiera. Ese algo me ha hecho vibrar, ha provocado en mí un pequeño estremecimiento. ¿Cómo podría explicarme sino el impacto que uno de sus cuadros ("La plazuela") causó en mí aquella tarde que fui a visitarla? El punctum de Barthes tiene, además, otra propiedad que desearía resaltar. Se trata, según el semiólogo francés, de una fuerza de expansión de carácter metonímico; algo de mi propia experiencia como observador se añade a la foto que contemplo. Juan Carlos Gea en su texto para la exposición de Josefina Junco en la galería Cornión del año 2002 "Murmullo de aromas" ya apunta, con muy buen criterio en esta dirección, la de vincular su obra con la fotografía además de hacerlo con la literatura y la música. Comenta que su intento por rescatar las cosas del olvido queda registrado en el soporte "como luz huida en un espectograma". Desarrollaré este aspecto desde la perspectiva que me propone Barthes para proponer también su vinculación con la imagen cinematográfica. A diferencia del cine la fotografía es una imagen fija sobre un objeto liso; en palabras de Susan Sontag: fracciones de tiempo nítidas que no fluyen. Los personajes no solo están inmovilizados, sino que tampoco se escapan de sus marcos; ni se mueven ni se salen, están anestesiados y clavados, como las mariposas (Barthes). No obstante en el momento en que existe un punctum el personaje retratado, el tema representado adquiere una vida exterior más allá de los límites de la fotografía; entra en un campo ciego, como en el cinematógrafo donde la pantalla, mas que un límite se comporta como un escondite. Fantasmáticamente el punctum hace salir al personaje de la fotografía. ¿Quizás en el paso de cebra del ángulo inferior derecho del cuadro de "La plazuela", completamente vacía y vibrante de un azul intenso pude intuir algo de la experiencia de la muerte? ¿Se trata de la confrontación de dos experiencias, de una emoción estética?¿Sus personajes, vivos y difuntos entran y salen de sus escenarios para compartir experiencias con quienes miramos su obra? Hoy, prodigios de la imagen digital, puedo recuperar parte de esa jornada en su casa - taller. Enciendo mi cámara y rastreo, puedo acercarme a sus cuadros fotografiados y busco sobre la imagen de la plaza de San Miguel algún indicio. He fotografiado los dibujos preparatorios llenos de encanto y puedo recordar, porque así me lo contó su autora, el lugar exacto desde el que ella interpretó esta secuencia urbana. Veo a la artista y amiga sentada sobre el fondo de uno de sus cuadros, unas escuetas ramas cubiertas de pequeñas flores, luego los kakis plenos de sabor y sensualidad; naranja sobre un azul misterioso y un árbol enigmático que se dobla sobre su tronco. "Juegos arquitectónicos I y II" (el muelle reflejado sobre el agua) parecen proponernos una nueva línea de trabajo tendente a la depuración mediante el uso de líneas rectas y colores planos. Sobre caballetes, dos cuadros de grandes dimensiones, "La plazuela" y los Jardines de la Reina bajo el título de "Paisaje urbano con palmeras" Hay en la obra de Josefina Junco una correlación muy estrecha entre el paisaje natural y el paisaje urbano de modo que la ciudad se habita desde el sentimiento armónico de la naturaleza. Las zonas decimonónicas de Gijón, sus partes más antiguas, se presentan como el único refugio posible frente al crecimiento desbordante de la periferia. Para ella, que acostumbra a pasear en solitario, vivir la ciudad desde un sentimiento estético significa encontrar estructuras que resulten equilibradas, acuerdos visuales entre los edificios, las casas, las plazas y monumentos. Trazar senderos que puedan conducirla por espacios adecuados para apreciar el arte. Esta vocación de caminar la ciudad como se transita un jardín puede estar asociada a su interés por la arquitectura indiana y sus espacios naturales. Descendiente de generaciones de emigrantes a Cuba (los "Quesada" y los "Junco") hay en la interpretación de Gijón una cualidad metafísica basada en la vivencia de la escena urbana como un complejo entramado de recuerdos personales y colectivos, de momentos de inspiración no exentos de melancolía, como síntoma de la pérdida del sentido y alienación de la ciudad contemporánea. Junto a estos dos grandes cuadros se sitúan otros que cuelgan de las paredes y que la artista atesora como perlas de su memoria: el pueblo, la madre, bajo la triste lejanía de la ausencia en un estilo oriental que la pintora ha cultivado desde siempre. En homenaje a su padre, una pintura con la que inicia esta muestra para la galería Cornión ("Vuelo migratorio. Homenaje a R.J."), que la artista tuvo que interrumpir a la muerte de su progenitor. Al igual que en la fotografía como Tratado de la Nostalgia, su obra se instala en el eje presencia-ausencia, haciendo presente lo que ya no está; sustituyendo lo real por su imagen. Cuando la experiencia es intensa como en la obra de Josefina Junco, el tiempo se vuelve lento, no se vive tanto en extensión como en profundidad, se trata de un tiempo que se desarrolla en función de los ciclos de la naturaleza. Un tiempo circular contrario al tiempo uniforme y lineal construido en función de la muerte. En esa complementariedad entre el Tiempo y el No Ser hay algo que la muerte no puede destruir y que se sitúa en el instante mismo que contiene a ambas; no solo a la muerte como final de la vida. Desde esta concepción, sus flores cargadas de sexualidad comunican el pasado con el futuro, son la base del amor que anula la ausencia. Sus pájaros ("Veranín" y "Picaflores") sostenidos por frágiles ramas sobre un fondo de maravillosa textura satinada, son mediadores entre el hombre y su origen, metáforas de cierta unidad perdida o de una experiencia que aún no ha sido contada. Este subjetivo "aquí y ahora" es la base de la autenticidad de su obra, del aura que Walter Benjamín definía como "la manifestación irrepetible de una lejanía". En la obra de Josefina Junco el espectador encuentra algo del orden de su propia experiencia, algo atemporal que no se puede destruir. La tarea consiste en que el arte se inserte en la experiencia humana, que participe del carácter maravilloso de la narración. Que la muerte no se confunda con el olvido. Dedico este texto a los padres de Josefina Junco: Ramón Junco y Josefina Quesada, a la tía Maruca, a los amigos -conocidos míos- que ya no están. Alguno decidió no vivir en un mundo desprovisto de belleza; y a mi madre, Aurora, que ha cumplido 81 años. Pepa García Pardo. Tineo, 18 de Agosto de 2008