Josefina Junco ensancha sus caminos en Cornión

Juan Carlos GEA. Asturias 24, 4-04-2016


La pintora se acerca a todos sus temas predilectos ensayando nuevos recursos técnicos para su muestra más variada.

Gusta Josefina Junco (Arriondas, 1949) de titular sus exposiciones con una palabra o una sencilla expresión que fija, sin coerciones, una sutil dirección para orientar la mirada. Sus muestras se han encabezado con títulos como Huellas, Encuentros, Estelas, Trazos de ausencias, Espejos de miradas, Espacios de armonía, todas ellas en Cornión, o Espacios y tiempo, como rotuló su doble muestra en la localidad burgalesa de Covarrubias. Mirando retrospectivamente esa serie de títulos se comprueba que, desde una perspectiva u otra, toda la pintura de Junco se deja describir al completo en ellos. A ese listado se incorpora ahora Caminos, su nueva individual en la galería gijonesa donde se dio a conocer en 1987.

El título está bien traído. Hay caminos pintados, pero sobre todo hay caminos abiertos desde cada cuadro. Como de costumbre en la obra de Junco, el conjunto de los lienzos que la componen convierte la sala en una encrucijada de la que parten rutas hacia evocaciones de lugares existentes en el mundo -el natural o el urbano: Arriondas, Gijón, Madrid, Covarrubias...- o en la mente -los ámbitos del recuerdo o la ensoñación- y, a su vez, rutas que van desde todas esas imágenes hacia la vida. Porque, como supo ver muy bien Joaquín Rubio Camín, los cuadros de Josefina Junco componen una crónica personal, un gran relato del tiempo vivido del que la pintora nos hace testigos, a partir de un rasgo que comparte plenamente con la generación de artistas gijoneses (o arraigados en Gijón) de la que forma parte: el culto al lugar como escenario de la experiencia, la consagración del pequeño espacio de lo local como manifestación de la universalidad de la vivencia del tiempo.
Un tiempo siempre medido por el peso y el paso de lo efímero. Siempre en fuga.

Pero, además, en esta ocasión los caminos son probablemente los más variados que Josefina Junco haya concentrado en una sola muestra, e incluyen además nuevas direcciones plásticas, apuntando en este sentido también hacia un futuro posible en su pintura. Frente a su predilección por pigmentos muy ligeros que el lino absorbía, integrando pintura y soporte casi como en un estampado textil, y una pincelada fluida o apenas cargada, ahora la pintora ha optado por el óleo enriquecido y adensado con las texturas del polvo de cuarzo y por el uso de veladuras que añaden riqueza plástica y matices al vocabulario característico de la pintora: la minuciosidad del dibujo y la pincelada y una inconfundible paleta que ahora gana en vibración, gradaciones tonales para representar sus temas predilectos.

Cada uno de ellos recibe un tratamiento distintivo dentro de la unidad de visión y de poética a la que Junco se mantiene fiel desde siempre. Los paisajes asturianos de montaña o marina concentran la mayor complejidad compositiva y la mayor profusión de detalles, así como los recursos técnicos más innovadores en la pintora. Junto a ellos, da rienda suelta a su mirada más liviana y juguetona en las estampas madrileñas, y reserva su habitual mundo de mujeres ensimismadas que flotan en la neutralidad del color, relojes, lunas y muñecas para las obras de mayor potencia lírica y simbólica. Destaca además un gran cuadro de tema floral, otro de los favoritos de Josefina Junco, y la sorpresa de un paisaje aéreo pintado con especial espontaneidad y soltura a base de golpes horizontales de pincel en el que, de puro elevada, la mirada empieza a perder la referencia de la figura y se adentra en un camino nuevo para la pintora: el de la abstracción.