Josefina Junco, el color de la otra realidad

Josefina Junco - HUELLAS
Título crítica: Josefina Junco, el color de la otra realidad
Autor: Paché Merayo
Publicación: El Comercio 21-03-1992

«Todo lo que pinto tiene la caricia de la fantasía aunque, a veces, la carga real es muy evidente»

Josefina Junco, pintora, pintada por Melquides Alvarez en la Galería de Mutuos Retratos, acaba de inaugurar una exposición en la librería Cornión, de Gijón, en la que muestra las dos caras de sí misma, las mil posturas de sus pinceles y, sobre todo, las sumas infinitas de luces que se traducen en azules, verdes, rojos,... Como explica Rubio Camín al hablar de sus pinturas, «en el milagro del color». La obra de Josefina Junco es como Josefina Junco, a veces, cercana y explícita; a veces, lejana y oculta. Por un lado, está cargada de ingenuidad y, por otro, exhibe calculados planteamientos, pero siempre es emisora de vibraciones. Entre sus casas blancas, sus cielos color de sueño y sus árboles, mensajeros de vida y muerte, se eleva la otra realidad, la que antes de llegar al lienzo pasó por su fantasía, se alimentó del rincón de los deseos y absorbió parte de sus energías. «Hay cuadros que me provocan una convulsión impresionante y me dejan totalmente agotada»

-¿Cómo se puede seguir su juego del color?

-Entrando en mi mente. El color es, evidentemente, la característica más fuerte de mi pintura, algo que la hace mía de principio a fin y algo que espero siga siendo un elemento determinante de mi trabajo. Para seguir el juego hay que entender que en unas ocasiones el color es fruto de una composición estética, pero, otras veces, depende de la carga de realidad que pretenda concederle a la obra. En cualquier caso, siempre nace de una necesidad de otorgar fuerza al conjunto.

-Es evidente que sus cuadros se alimentan de fantasías, pero ¿existe también un grado de realidad?

-Todo lo que pinto tiene la caricia de la fantasía, efectivamente, aunque, a veces, la carga real es muy evidente, pero su presencia está fantaseada. Por ejemplo, todo el mundo puede reconocer una imagen de la ciudad en el cuadro titulado "Atardecer en la playa de Gijón", pero la diferencia entre lo que yo he pintado y lo que puede observar el ojo humano durante un atardecer real es el resultado de haber sometido las imágenes a los rincones de la mente. Si, por el contrario, tomamos como ejemplo el paisaje de la obra "Vibraciones de energía", las formas de Asturias son totalmente personales, no tienen nada que ver con la realidad; en este caso, más que nada porque nunca me atrevería a competir con los verdaderos colores de nuestras montañas, de nuestro cielo. En ese cuadro, la fantasía es casi fruto del respeto.

-¿Hasta qué punto los estados de ánimo rompen con las normas y se hacen dueños de la situación?

-Hasta el último extremo. En mi caso no existe otra cosa que sensaciones y sentimientos. La mayoría dé los cuadros son fruto de emociones coyunturales, que obligan a los pinceles a salir del contexto en el que habían entrado, cuando se produce un cambio en el estado de ánimo. Puedo iniciar un trabajo relajado, sin más objetivo que pintar, y puedo acabarlo habiendo dado forma a inquietantes imágenes que yo no había buscado.

-¿Usted forma parte de sus cuadros?

-En una medida extraordinaria. Tanto que no puedo mirarlos como un espectador. Precisamente por ser una respuesta del estado de ánimo, son una parte de mí, algo que me ayuda a vivir y que va dibujando mi vida. Estoy tremendamente implicada en mi obra, hasta el punto de no poder objetivarla y de sufrir cuando me desprendo de ellos, incluso antes. Sólo con verlos expuestos ya siento que están vivos fuera de mí, que han empezado a andar, y eso me duele muchísimo. Creo que soy como mi pintura, tengo una personalidad bifurcada entre la oscuridad más íntima y la apertura a los demás más extrema. Como mis cuadros, a veces, me muestro tal y como soy, con las realidades que yo observo y siento y otras me envuelvo en fantasías que nadie más que yo puede traducir, encerrándome así, de una manera déliberada en los rincones de la intimidad, en la cara oculta de la luna.

-De toda la exposición, sólo en un cuadro ha representado la figura humana ¿Por qué?

-Porque las personas que pinto son miembros de mi familia y al representarlas sufro una convulsión terrible; llego incluso a llorar. Pero quiero seguir pintándoles; creo que, a partir de ahora, va a ser una constante en mi obra. Bueno, digo eso teniendo en cuenta que nunca se puede hablar de futuro. Sólo es un deseo que tengo desde hace bastante tiempo y que ahora presiento que se va a hacer realidad.

-¿Qué significado tienen para usted los árboles?

-Deben significar muchas cosas, porque siempre se convierten en argumento. Está claro que es algo que me atrae por encima de muchos otros elementos. Significan muerte, significan vida y, por esa ambivalencia, me fascinan todavía más. Todo forma parte de un espacio que, a veces, es sólo una realidad psíquica y otras, pertenece al mundo de todos los días. También puede ser una mezcla de ambas, como ese Gijón que he pintado. El argumento es real, pero las formas sólo las he podido contemplar yo mientras corría por la playa, quizá un poco afectada por el cansancio.

-¿Se considera una pintora naif?

-No lo sé. Creo que la ingenuidad de mis pinturas se puede comparar con la que transmiten los pintores naif, pero el método, los planteamientos, ya' son otra cosa. Mis cuadros no son fruto de la espontaneidad y, en ese sentido, creo que tienen poco que ver con ese estilo. Me planteo las cosas con un análisis previo y tras una importante reflexión. Espero que la ingenuidad siga siendo la base de la frescura que busco y que creo haber encontrado. Me encantaría mantenerla siempre.